Venía viajando en el tren Sarmiento, desde Liniers hacia Paso del Rey. Llevaba conmigo unos paquetes con la edición recién impresa de mi libro: "El ser autodidacta...". Hojeaba uno, curioseando cómo había salido el trabajo final. Entonces, un chico se me acercó con curiosidad:
—Señor, señor... ¿eso es suyo?
Me señaló la portada. —Sí, sí —respondí—, lo es.
Así comenzó una conversación espontánea con tres chicos, de unos 17 años, que me contaron que estaban iniciando la carrera de Ingeniería Electrónica.
Hablamos un rato. Me preguntaron sobre el libro, y en un momento les sugerí que miraran el índice para ver los temas que tocaba. Uno de ellos, con total naturalidad, me preguntó:
—¿Qué es eso?
Me dejó sin palabras.
No por juicio, ni por burla, sino por la sorpresa. ¿Cómo es posible que un estudiante que inicia una carrera universitaria no sepa lo que es un índice en un libro?
Desde entonces me ronda una pregunta:
¿Cómo está realmente la educación en nuestro país?
¿Será esto una excepción o un reflejo de una problemática más amplia? ¿Es algo particular de la Provincia de Buenos Aires o un síntoma que se repite en muchas otras regiones?
Esta breve anécdota me dejó pensando en lo importante que es fomentar no solo el acceso a la educación, sino también la comprensión de herramientas básicas para el aprendizaje: saber leer un libro, buscar información, orientarse dentro de un texto. El índice de un libro no es un adorno: es un mapa, una brújula. No saber qué es, es como no saber dónde empieza el camino.
Vivimos en tiempos donde el acceso a la información está al alcance de un clic, pero la comprensión profunda parece más lejana que nunca. Quizá sea tiempo de hablar más de educación, no solo en términos de contenidos, sino en habilidades, en lectura crítica, en autonomía intelectual. En ser autodidactas.
¿Ustedes qué piensan? ¿Han vivido experiencias similares?